El tiempo en verano corre de otra manera. Una tarde a la sombra es un tesoro.
Decidí abrir una bolsa de esas de restos que me traen “porque tú sabrás qué hacer con ello”. encontrada una mañana de primavera, cuando vine a abrir, colocadita en la puerta.
Supongo que algún día me enteraré de quien lo trajo (o no).
El verano es buen momento para ir al pueblo y revolver, desempolvar recuerdos, hacer limpiezas…
Aquí había:
hilos, corchetes cremalleras, lanas apolilladas y sin apolillar (poco interesantes los materiales no naturales para esas mariposillas de voraces larvas) encajes, bordados a medias y un costurero lleno de botones.
Horas invertidas en preparar y empaquetar todo aquello “por si acaso”, supongo.
Echar una tarde en clasificarlo no me parece una pérdida de tiempo.
Es verano.
Los restos muestran un trozo de la vida de alguna persona. Me emociona, sin más pretensión.
Un ratito más, aprecio el esmero y pienso, mientras clasifico los botones en unos botes de vidrio, en la fantasía de los dorados, para darle, imagino, un poco de brillo a alguna prenda más sobria de nvierno, de ceremonia, de fiesta de guardar, de alivio de luto.
Ganan los marrones, como en general, en la vida. Los de colores son muchos menos, tal vez de blusitas veraniegas o ropita infantil.
Negros, tan socorridos, siguen de cerca, ropa de diario y trabajo, su importancia principalmente funcional, aunque sale alguna pieza especialmente hermosa (para muestra un botón de lujo, que momentos de todo tipo hay en la vida).
En el mismo bote, azul marino/gris. Discretos, no se signifique usted mucho, oiga.
Bote de naranjas, el verano. Llevar prendas con ese color hacían la vida más ligera, como contemplar estos botones o mis favoritos, los verdes, que no son muchos, pero seguro, iban en piezas que empezarían de domingo y acabarían en mandiles.
Botones forrados, más viejos, de base metálica y de plástico, más actuales.
Forrar botones (otro lujo). A juego con la tela o colores contrastados, de bata de casa, que la calefacción llega hasta donde llega, de blusa de raso, de camisón ligero . . .
Corchetes, automáticos, enganches y otros asuntos que han ajustado y adornado las prendas y que, con un poco de suerte, volverán a lucir en algún momento para lo que fueron creadas o no.
Quien sabe a partir de ahora.
Todo cambia, todo el rato.
Me gusta pensar que la persona (la mujer, casi seguro) que guardó todo eso, estaría contenta.
Gracias, desconocida, tu vida ha llenado una tarde de verano.
Las chicharras cantaban fuera.